La palabra de Dios como cualquier otra ley de nada sirve sabérsela de memoria si no se la aplica o se la lleva a la Acción.
De nada sirve saber que la luz roja del semáforo significa pare, si no
la obedecemos. V 13 “Porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los
hacedores de la ley serán justificados.”
El oidor
de la Palabra se limita a escuchar la Palabra de Dios y se detiene ahí. En la
Iglesia del siglo I, era costumbre que alguien leyera las Escrituras en voz
alta mientras la asamblea escuchaba, una práctica que continúa hoy en día
mediante la lectura pública de la Biblia. En nuestro contexto moderno, el
"oyente de la Palabra" se aplica a quienes asisten a la iglesia,
escuchan los sermones y se relacionan con sus Biblias. Lo que distingue al
oidor de la Palabra del hacedor es la acción. Un hacedor no solo comprende la
Palabra, sino que la obedece. El hacedor vive el mensaje recibido.
El que
pone en acción la palabra la ordenanza la lleva en el corazón. V 15 “mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio
su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos,”
Muchos de nosotros tenemos la bendición
de acceder fácilmente a la Palabra de Dios. Tenemos Biblias impresas y
digitales, y escuchamos a predicadores sinceros que nos ayudan a comprender
mejor las Escrituras. Sin embargo, estos privilegios son en vano si solo
seguimos siendo oidores de la Palabra y no hacedores. Como señala Santiago, es
absurdo mirarse en un espejo y luego olvidar nuestro reflejo. Del mismo modo,
carece de sentido oír la Palabra de Dios y no actuar.
¿Cuáles son sus efectos? «Es viva y
eficaz, más cortante que toda espada de dos filos» hebreos. 4:12 “Porque la palabra de
Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra
hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne
los pensamientos y las intenciones del corazón.”. No solo nos trae
pensamientos y emociones, sino que penetra hasta lo más profundo de nuestro
ser, para llevarnos a la presencia del Dios santo, a la luz. Adán fue el primer
ejemplo de ello: cuando ofendió a Dios, Dios vino a llamarlo y a llevarlo ante él,
a la luz de su santidad. Aquí, la Palabra es comparada con una espada; pone al
descubierto lo que hay dentro de nosotros.
Cuando nada impide que esta espada
penetre en el corazón, encontramos felicidad y bendición. Tenemos un ejemplo de
ello en Leví, hijo de Alfeo, sentado en la oficina de los impuestos. El poder
de la Palabra de Dios penetró profundamente en su corazón y, se levantó, lo
dejó todo y siguió a Jesús. Otro ejemplo es Saulo de Tarso. Era un blasfemo, un
ultrajador, y le llega la Palabra de Dios y lo transforma: Hechos. 9:4 “y cayendo en tierra,
oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. Su
conciencia queda herida y los efectos de la Palabra de Dios se dejan sentir de
un modo maravilloso.
La palabra de Dios es como espada de
doble filo capas de arrancar de nosotros todo lo que nos contamina, pero si la
dejamos actuar en nosotros.
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